El finde pasado cumplí 29.
29 … rozando los 30. Y dispuesto a festejarlo con un fiestón.
Cada año que pasa me gusta más celebrar el cumpleaños. Considero que es uno de los momentos más importantes del año; una prueba de que sigues creciendo, aprendiendo y empapándote de este mundo y una excusa para ponerte pedo y ser el rey de la fiesta (porque es la tuya).
El año pasado cumplí 28 solito en El Salvador, sacándome mi ansiada visa de trabajo mexicana. Aunque cuando llegué a casa tuve una increíble fiesta sorpresa, supongo que este año me quedé con ganas de más.
Así que invité a unos cuantos amigos para hacer una doble celebración; mi aniversario y la inauguración de nuestra nueva morada.
Con la ayuda de Vicenç cociné mucho. Un pica-pica para 20 al que no podía faltar mi ya clásica –y barata y buena- tortilla de patatas.
Y, con dos horas de retraso al más puro estilo mexicano, los invitados empezaron a llegar.
Cabe decir que era la primera vez que preparaba con tanto afán mi propia fiesta de cumpleaños, y sí, incluso me puse nervioso pensando en si vendría gente o me quedaría solo soplando las velas. Típico de la EGB.
Pero vaya si llegaron, y aquello fue una fiesta en toda regla e in crescendo.
Mucha platica, mucha cerveza y vermut e incluso un pastel. Un delicioso brownie que me prepararon Caro y Bea con mucho cariño. Y un sombrerito de cumpleañero que no me quité de la cabeza en doce horas.
Amigos y algún desconocido que después de la fiesta ya dejó de serlo. Selfies con la excusa del alcohol y charlas donde me hacía el interesante.
A eso de medianoche, los que no tiramos la toalla nos fuimos a un bar.
Nos montamos nuestra propia pista de baile entre cuatro mesas y yo lo di todo. Un gin tonic y varios chupitos de tequila.
Por todo lo alto (o por todo lo bajo).
Cuando salí de ahí supuraba euforia, y con el ala dura y liante de mi grupillo –ejem Aida, Pich y Gabriel, Yunuén…- no sé cómo terminamos de nuevo en mi casa.
Más baile y jaleo durante una hora que para mí fueron minutos. Y pa’ la cama.
Fueron más de 12 horas de celebración, y me lo pasé en grande. Los aniversarios son algo digno de celebrar, y creo que este año yo lo hice con nota.
Cumplir años es muy bonito. Y más si estás tan bien acompañado. Eso sí, eché de menos un abrazo de la familia, de mi querida yaya. Y la comida de domingo y los dulces que siempre me compra mi tía… pero así es la vida.
Vamos, que nada es perfecto. Pero sienta estupendo, una vez al año, poder hacer y deshacer con un sombrerito de papel en la cabeza. (Y junto a mi amigo el cocodrilo que me regalaron).
De la resaca del día siguiente (y el siguiente y el siguiente) prefiero no hablar.
Felicidad absoluta y un “una vez al año, no hace daño” para calmar conciencias.
¡Un abrazo amigos!
Yo ya voy pensando en la de los 30. 😛